Freddy Miranda, un padre angustiado de Villa Mercedes, emprendió una batalla solitaria y desgarradora contra la adicción y la delincuencia que han consumido a su hijo de 15 años. Como un eco recurrente durante los últimos cuatro años, se presenta en el Juzgado de Familia de la ciudad en busca de ayuda, solo para encontrarse con una burocracia que parece incapaz de responder adecuadamente a su tragedia personal.

El fin de semana pasado, Miranda tomó una decisión desgarradora: entregó a su hijo a las autoridades policiales después de enterarse de que había robado una bicicleta. Este acto desesperado resultó en la recuperación del vehículo sustraído, pero expuso la impotencia de un padre frente a un sistema que parece incapaz de abordar la raíz del problema. Miranda lamenta que, mientras su hijo fue entregado a las autoridades, la persona que había comprado la bicicleta robada no enfrentó consecuencias legales, ilustrando la complejidad y la frustración de su situación.

El relato de Miranda revela un panorama desolador: su hijo, atrapado en un espiral de delincuencia y adicción, comete crímenes junto a otros jóvenes en situación similar. A pesar de sus esfuerzos por alejarlo de estas influencias negativas, encuentra obstáculos en el sistema judicial que parecen indiferentes a su sufrimiento. Aunque intentó exponer públicamente su desesperación, sus súplicas parecen caer en oídos sordos, sin recibir la atención o la acción necesaria para evitar un desenlace trágico.

En una reciente audiencia con la jueza de Familia, Mariana Sorondo Ovando, Miranda recibió medidas que considera insuficientes. Se le recomendó llevar a su hijo a sesiones con psicólogos y neurólogos, así como a un centro de adicciones en el Hospital “Juan Domingo Perón”. Sin embargo, lamenta la falta de recursos y la ineficacia de estas medidas, que no abordan el problema subyacente de la drogadicción y la delincuencia juvenil.

Con más de 350 denuncias en su contra desde los 11 años, el hijo de Miranda enfrenta un futuro incierto y peligroso. A pesar de los esfuerzos de su padre por rescatarlo, se encuentra atrapado en un ciclo destructivo del que parece incapaz de escapar.

Miranda, en su desesperación, clama por soluciones más contundentes, como la colocación de su hijo en un reformatorio. Critica la ineficacia de las medidas actuales y señala la omnipresencia de las drogas en los barrios de la ciudad como un síntoma alarmante de un problema más amplio y complejo.