El ataque perpetrado por el grupo terrorista Estado Islámico (EI) en las afueras de Moscú conmocionó a Rusia y el mundo, marcando el primer atentado de gravedad en el país desde el inicio de la guerra en Ucrania. Este acto violento, que dejó decenas de muertos y heridos, se presentó como una represalia directa a la intervención rusa en conflictos como el de Siria y la participación en la lucha contra el terrorismo en el Sahel africano.

El atentado en Moscú es solo el último episodio de una serie de amenazas y ataques llevados a cabo por el EI en respuesta a la acción militar de Rusia en el escenario internacional. Desde el inicio de la intervención rusa en Siria en 2015, con el objetivo de respaldar al gobierno de Bashar al Asad contra los rebeldes opositores y grupos yihadistas, incluido el propio EI, Rusia se convirtió en un objetivo principal para la organización terrorista.

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La participación rusa en Siria no solo fue vital para contener la insurgencia y derrotar al EI en la región, sino que también generó tensiones internas, ya que yihadistas provenientes de repúblicas rusas del Cáucaso se unieron al EI en Siria y algunos regresaron a Rusia, representando una amenaza interna.

Además de Siria, la implicación rusa en la lucha contra el terrorismo en el Sahel africano también generó resentimientos por parte de grupos extremistas. La presencia de mercenarios rusos de Wagner en países como Níger, Mali y Burkina Faso, apoyando a regímenes prorrusos en la lucha antiterrorista, provocó una escalada de violencia en la región. La inestabilidad en el Sahel facilitó el fortalecimiento del EI y de grupos leales a Al Qaeda, convirtiendo algunas zonas, como Mali, en verdaderos campos de batalla donde los civiles son las principales víctimas.

El control que el EI logró establecer en ciertas regiones del Sahel, como Menaka en Mali, donde lleva a cabo ejecuciones y busca imponer su ideología radical, presenta un desafío significativo para la estabilidad regional y la seguridad internacional.